Viajar a Tokio resultó millones de veces más complicado de
lo que pensé… No por las largas horas que implica el vuelo, ni por dinero que
hay que ahorrar, –como dicen las abuelas: eso va y viene–. El problema esta en
cometer el error más estúpido: perder el vuelo. Es mucho más complejo y
terrible de lo que pensé. Jamás me había pasado y mira que he llegado como “Mi
pobre angelito” al aeropuerto: derrapando.
Ningún error a lo largo de mi vida me había costado tanto
dinero ni me había hecho sentir tan crucificada. Sin afán de exagerar: envejecí
cinco años con tanto estrés. Ese terrible momento en el que me acerqué al
mostrador de manera inocente para preguntar si me daba tiempo de ir a comprar
un sándwich; cuando oí: “¿de cuál vuelo?”, desde ahí no me sonó nada bien.
Después continuó la terrible frase satánica: “ése vuelo ya se fue hace un rato.
Sentí un vacío, un miedo y un coraje poco común. Todos nos
encariñamos mucho con los viajes; cuestan mucho trabajo para dejarlos ir con
dignidad y resignación. Así que hice lo que es de esperar: lloré sin parar en
el aeropuerto. Me sentía desolada. Y una hora después de meditar el asunto
compré otro vuelo que salía en seis horas. Me valió, me endeudé, pero no podía
abandonar mi sueño japonés. Todo, absolutamente todo valió la pena. Japón es
otro planeta. Jamás había sentido algo tan especial al visitar otro país. Allá
es un lugar completamente distinto. Y para que se den un idea del contraste
cultural he decidido hacer un listado con las curiosidades japonesas que se
cruzaron en mi camino. Espero las disfruten:
Los escusados tienen calefacción y música. No he visto ni un
solo perro, todos tienen gatitos. Las mujeres son guaperrimas, pero no he visto
un solo guapo. Todos son limpiiiiisimos pero tienen los dientes fataaaaales.
Absolutamente todo es miniatura: la comida, las personas, los bares y las
calles. Todo tiene caritas y muñequitos, hasta las coladeras. Al igual que en
NY después de las 10 de la noche el metro completo apesta a chupe y todos van
ahogados. Muchísimas mujeres usan cubrebocas todo el tiempo como una forma de
respeto y protección: así viven. Ninguna bici tiene candado. Los niños andan
solitos por la vida, –de que visto muchos niños de 6-8 años en el metro–. El
uno por ciento habla inglés y muy malo. No se acostumbra dar propina, de hecho
la consideran una ofensa. Muchísimas tiendas, incluso las grandes, tienen a un
empleado gritando cosas afuera para jalar más gente. Los ciclistas andan por
encima de la banqueta y no son muy corteses que digamos. No he oído un solo
claxon. Las adolescentes se toman selfis todo el tiempo. Amanece a las 5 de la
mañana. Y absolutamente nadie se besa en la calle. Se puede fumar en
restaurantes pero no en la calle; para ello hay áreas asignadas. Las
servilletas están enceradas, si es que hay, casi no se acostumbran. Los
chichifos tipo zona rosa tienen el pelo decolorado y corte de Dragon Ball. En Tokio
se puede beber en la calle. En lo que va del viaje no he visto o olido una sola
vez un porrito, supongo que no es común fumar mota en las calles. Los japoneses
dicen “arigatos gozaimas” para todo; te dan las gracias aunque no tengan que
dártelas. Aman emborrachar en domingo. Son puntuales de una manera
impresionante. La publicidad de alcohol está encabezada por mujeres, no por
hombres, como acá en México. Se ven más sombrillas cuando hay mucho sol que
cuando llueve: se protegen exagerado de quemarse; todos son muy blancos. Irónicamente
he visto más whiskys que sakes. Los camiones de transporte publico bajan la
suspensión de lado izquierdo cada vez que paran para que sea más fácil bajarse
(detallazo) y cada asiento tiene un botoncito para avisar cuando quieras bajar.
En Kioto hay muchísimas más personas que hablan inglés que en Tokio. Contrario
a lo que se piensa: usar el metro es facilísimo. Todos los restaurantes tienen
en la entrada maquetas de sus platillos para que sepas qué es lo que pedirás. Quedé muy impresionada con la dentadura de todos: algunos hasta podridos tienen
los dientes; lo juro. Los meseros gritan cuando alguien entra a
su restaurante como una especie de bienvenida. Todo el mundo se viste
impecable: no he visto uno solo par de zapatos sucios. Ningún edificio está
pintado: todos están cubiertos de mosaicos. Las tiendas más mamonas están en
las estaciones de metro, o cerca de ellas. Jamás vi un baño publico o privado
sucio, todos están impecables. En las sex shops venden calzones usados con la
foto de la chava que los utilizó para la banda fetichista. En Akihabara (la
estación de metro donde está el planeta de los comics) hay anuncios en las
escaleras eléctricas que dicen: “cuidado con los nerds que toman fotos por
debajo de la falda” (btw es un lugar idealizado, es como un Meave horrendo, no
está padre). Se usa mucho coordinarse con la mejor amiga, se ven muchas mujeres
vestidas iguales o con el mismo color y corte de pelo, así de BFF, -gemela
Ivonne e Ivette-. Vi poquísimos gordos, todos son delgadísimos: la clave está
en sus porciones, sus platitos son miniatura. Las japonesas aman los sombreros:
hay muchas tiendas de y tienen modelos hermosos; de hecho la mayoría de los
uniformes de escuela y de servicio llevan sombrero, se ven muy elegantes. Todas
sus cervezas son deliciosas, me atrevería a decir que las más ricas que he
probado. No vi más que a dos personas tatuadas, nadie está tatuado y de hecho
en muchos onsens no aceptan gente tatuada; lo asocian a la mafia japonesa. Los
taxis abren y cierran sus puertas en automático, al igual que todas las demás
puertas de Japón, hasta la de la tiendita más pequeña. En el metro hay un área
asignada para viejitos y ahí está prohibido usar el celular como una forma de
respeto. En las demás zonas tiene que estar en modo “silencio”. Qué contrastes,
¿no? — Espero les hayan gustado mis observaciones. Para mí es un placer
compartir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario