En general, ¿a cuántas bodas
asistimos que sabemos perfectamente que terminarán en divorcio? Muchas. Aunque
la puerta de la libertad y de las nuevas posibilidades se encuentra abierta,
las personas están prefiriendo permanecer en su área de confort, --que en
realidad es todo menos eso; es la crónica de una relación destinada al
fracaso--.
Piensan que sí se aman; que
han hallado todas las maravillas que implica compartir la vida con alguien; que
estar en pareja es “algo indescriptible” que aunque se rodea de muchos pleitos
y desacuerdos perdurará. Inocentes palomitas.
La historia de este tipo de noviazgos
narra situaciones llenas de abusos, celos, poca confianza, falta de pasión,
egoísmo e injusticias. Sin embargo continúan el trayecto hasta el altar pese a
todos los focos rojos. ¿Será miedo?, ¿presión social?, ¿costumbre?, ¿creen que
ése es su destino y lo aceptan con resignación?
Sean cuales sean las
razones, el hecho es que nuestra generación está perdiendo mucho tiempo y
energía en pleitos maritales y divorcios que parecen la mismísima antesala del
infierno. La gran historia de amor falsa en poco tiempo se descubre y deja
visible las malas decisiones que han tomado, en contra de todo lo advertido.
El que dijo la frase “nadie
experimenta en cabeza ajena” era un genio. Es cierto. No importan cuánto nos
esforcemos por hacerles ver la realidad a nuestros amigos, ellos solitos tienen
que topar con pared.
El mayor problema de todos
estos dimes y diretes es la pérdida de tiempo, el esfuerzo, el desamor y la falta de fe que generará a futuro
éste proceso en las personas afectadas. Tampoco olvidemos los miles de pesos
que cuesta hacer una boda ostentosa; por supuesto es pagada por nuestros papás
con tal de regalarnos “el día de nuestros sueños”, aunque sea con el “príncipe”
equivocado. Pobres padres, pobres novios, pobres invitados.
--No sé si estarán de
acuerdo conmigo, pero las bodas más divertidas ya no son las más caras. Cuando
no hay amor de por medio la vibra cambia, se siente todo forzado y falso. Estan
los novios bailando en la pista, todos sonríen, mientras que por nuestras
mentes no para de pasar la idea de “qué gran error están cometiendo”. Por otro
lado, las bodas más austeras, pero auténticas se disfrutan enormemente. Nos
saben a honestidad, buenas vibras y amor. El festejar un matrimonio ahora se
trata de sentir el cariño que se profesa ésa pareja. Algo que contagia, algo
que nos llena de alegría. A nadie le importan los 49 regalitos y los 70
props--.
Ya después del gran
bodorrio, algunas de las peores decisiones vienen de la mano con más malas
decisiones: “no estamos funcionando, no hay conexión, tengamos un hijo; a lo
mejor y eso arregla todo el pedo”. Una vez que nace el hijo y todo continúa
igual: “tengamos otro hijo, a lo mejor y así se arregla el asunto”. Y la cosa
no para. Dan vida a personitas no planeadas, seres que aunque amen con todo su
corazón vienen a hacer su vida aún más complicada. Se les olvida que un
divorcio sin hijos siempre será mucho más sencillo que uno en el que los
vínculos de por vida ya son inevitables.
Y todo esto se lo debemos en
gran parte a la cultura televisiva que tenemos. Idealizamos; creemos que el
paso del tiempo viene con cambios positivos que transforman patanes en príncipes
azules; que el amor lo puede todo y que solo es cuestión de fe para que todo
mejore. Y no, eso jamás sucederá: el que es patán, patán continuará. El que es
celoso, celoso continuará. El que es mujeriego, mujeriego seguirá. El que es
mentiroso continuará convenciéndote de que estás loca. Y así por siempre, hasta
el fin de los estereotipos chafas.
Yo les pregunto: ¿qué te
falta para empoderarte, agarrarte los pantalones y salir corriendo? ¿Hasta
dónde crees que vas a llegar? Visualiza tu futuro lleno de felicidad y
plenitud. Pero felicidad de la buena, de esa que regala libertad, confianza y
amor sin condiciones. Ponle alto al progreso de ésa relación que no tiene nada
positivo más que la virtud de calmar tu miedo a estar sola.
Tú solita te metiste ahí, tú
solita sácate…